Dentro de ese difícil contexto, Pep sometió al equipo al 3-4-3 rearmando y ajustando situaciones que por primera vez el Camp Nou visionaba. Al problema le acompañó la recuperación de Messi en los meses de enero-febrero. Y así pues, un Cesc Fábregas que arribó cuando el caos azotaba los planes previos.
Ahora Tito tenía el timón, y dio la talla. Administró excelente. Entre tantas cosas, recuperar a Xavi fue una prioridad. Proteger a Leo una garantía. Y consecuentemente podía tener el gusto de regresar a Cesc a su labor natural, o "ficharlo de nuevo".
Philippe Montanier dirigió un partido descontrolado por él mismo. El Barça presentaba un sistema desalentador para el rival. Y lo más estimulante comenzó por ver a Messi, Cesc y Xavi en zona de mediapuntas, donde su objetivo fue batir línea, y de la mano de los apoyos por los costados y las salidas de presión contrarias se logró crear pasillos que mágicamente llegó gracias a los tres azulgranas.
Uno de los aspectos importantes también fue la presión. El conjunto culé acosó a la Real tras salida limpia, y quitó muchos balones en el mediocampo. Incluso cuando hubo un balón muerto, no permitió la recuperación inmediata rival y trató de llegar lo más profundo y rápido al área contraria, creando así un ataque posicional desde los 3/4 de campo.
Las circunstancias ya eran completamente abrumadoras, pero en el segundo tiempo Philippe mató a su propio equipo mandando a presionar nuestras salidas. El hecho fue que provocaron grandes minutos de un total patio de colegio, y los culés que habían brillado en la primera parte, no dejaron de hacerlo en la segunda, pero cayeron a un segundo plano para hacer ver un transición realmente colosal.
Al 5-1 la terminó por sentenciar las fantásticas sensaciones de David Villa, y la confortante noticia de Alex Song.
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